jueves, 27 de octubre de 2011




Redondeces de oro

Él hablaba de paz, y ella sintió que algo le faltaba a esa palabra. Siempre lo había sentido, pero hoy más que nunca vio una palabra inerte, helada.
Le faltaban otras tres letras, las faltas de ortografía no importaban.
Decidió que esa noche haría que ese hombre descubriera, palpara, oliera, gritara y la penetrara con esa palabra completa corriéndole por las venas, erizando sus dedos, ensanchando su carne.
PASIÓN se repetía ella mientras lo veía acomodar la cama llenándose de excusas por lo frío del algodón. Quizás sí era por el frío, o por verlo moverse, tan felino y desinteresado, que su boca empezó a cambiar de forma, a ceder a alguna fuerza de gravedad, seguramente opuesta a la que, recién ahora lo notaba, estaba ocupándose de cambiar la forma de una parte de él, ubicada en el extremo casi opuesto a su boca, pero con una forma tan compatible.
Este descubrimiento le hizo saber por donde iba a comenzar su búsqueda. Siempre le había dado resultado, y le habían dicho tantas veces, tantas voces, que su boca era perfecta para esos fines.
Se mordió un poco el labio inferior, casi se lastima, como siempre, la ansiedad la volvía más bruta, más animal. Se humedeció los labios con su lengua, en un movimiento que hizo durar más de lo esperable, cuando vió que él la observaba, y que como un acto reflejo se desabrochaba la bragueta.
La primer posta del encuentro estaba a la vista. La recorrió con su lengua, como un rastreador, ayudándose con sus manos para no perder detalle.
Sí, las había visto más grandes, pero eso no importaba ahora que las manos de él tironeaban de su pelo, y el eco de los gemidos que él quería ahogar para que ella no se detuviera, la alentaban a seguir.
Nunca había imaginado la fuerza que esas hacían sobre su cuello, el placer que esas uñas le provocaban en el límite justo con el dolor.
Alejó su boca y él murmuró algo que no le importó a ninguno de los dos.
El placer lo había debilitado, no fue muy difícil para ella cambiar el dibujo ya conocido de esas sábanas por el del contorno del cuerpo de ese hombre al cual el éxtasis lo debilitaba y embellecía.
Reptó sobre esa piel tensa y entregada, hasta que sus piernas se abrieron sobre esa boca que ya la esperaba, y esa lengua la fue penetrando como la inauguración de una ceremonia ya conocida.
Su cuerpo se arqueó de placer, y sus gritos llenaban el ambiente, no debía quedar hueco sin llenar, ni siquiera el silencio.
Eran las manos de ella las que ahora ejercían una presión inimaginable.
Sus pechos estallaban, y las manos de ese hombre parecían duplicarse de tamaño al acercarse a ellos, como si no pudieran contenerlos. Sus uñas se convirtieron en garras, para su deseo, y el dolor era una forma desconocida del éxtasis, y el desmayo casi un deseo.
Tuvo necesidad de cabalgar sobre su miembro, para culminar como a ella le gustaba, viendo como sus caras se transfiguraban, como sus ojos se perdían, como sus fuerzas parecían abandonarlos, hasta morir en un abrazo que luego los resucitaría... hasta alcanzar la paz, y volver a buscar la pasión

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