Estaciones
A las estaciones siempre hay que ponerles un nombre. Aunque sean de esas en donde no se baja ni sube nadie. Aunque sean de esas en las que hace tanto calor que no se puede respirar o tanto frío que se te congelan los huesos.
Necesitamos reconocerlas, para que encajen en nuestros pensamientos, ya que son parte de nuestros viajes, nuestras vidas, nuestras aventuras elementales y superficiales.
Dicen que el tren pasa una sola vez en la vida, pero sabemos que las estaciones, todo tipo de ellas, son parte de nuestros días cotidianos.
A veces me siento estancada en una estación. Y no importa si es linda, fea, con gente o solitaria, fría húmeda o soleada. Porque no me muevo, me quedo ahí, el tren no arranca. O el micro o algo, no sé, no anda. Es la realidad aparente de la que te hablan en las películas. Aparentemente estática. Pero, ¿por qué el resto se mueve como bichos alrededor de un farol?
Y entonces llegan las visitas que tratan de convencerte de que todo está bien, de que tus decisiones son las mejores, de que estás bien encaminado y todo es mejor así.
Y el reloj parece un asesino porque no entendés cómo puede pasar tanto tiempo un tren parado sin que nadie diga nada, sin que la gente se queje o pegue un grito. Y vos abrazás tu llanto en el vagón de al lado, en ese en el que hay tanta gente que nadie podría verte o reparar en vos. Y se te ocurre, por un segundo, pasar al vagón de los deportados porque ahí todos llaman la atención. Los niños buenos no importan a nadie, no molestan, están bien y ya. Como en el colegio, siempre son los “malos” los que llaman la atención.
Ow.

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